Ensayo breve y profundo elaborado desde una perspectiva ética. El autor reflexiona sobre el comportamiento de un líder en el que su ética personal y profesional son inseparables. Esa coherencia, que en nuestros tiempos aparece con frecuencia como una provocación, es la que nos hace ser verdaderos líderes, en primer lugar de nosotros mismos y, en segundo lugar de los demás. Una persona hipócrita nunca será un líder aunque sí pueda ser una persona con poder. El buen líder debe extraer las mejores cualidades de las personas que trabajan con él.
Ser artífices de nuestra vida
Reflexionar sobre estas dos palabras “liderazgo" y "ética” tiene que ver con los actos que dependen de cada uno. Por eso, el primer requisito de nuestra vida es conducirse a si mismo. Esto dará una mayor calidad de vida que permitirá deslizarse como por una cascada, pero no en sentido descendente -arrastrados por el mainstream del “qué dirán” o del "querer caer bien por encima de todo"- sino al contrario ¡en sentido ascendente! De descubrimiento en descubrimiento hasta llegar al origen, a la fuente que nos suministrará la sabiduría y la fuerza necesaria para llevar una vida lograda.
Primer Descubrimiento: ¿En quién deposito mi confianza?
La confianza constituye la premisa indispensable para cualquier diálogo. La autoridad se basa en la libre aceptación sin que medie coacción de ningún tipo sobre los subordinados. La autoridad se adquiere con la forja del propio carácter y no se impone sino que se inspira a los demás. El poder sólo es capaz de influir a través de la coacción externa. El buen líder no nace como tal: llega a serlo a través del esfuerzo de sacrificar su egoísmo precisamente cuando nadie le puede obligar a ello.
Segundo descubrimiento: Conócete a ti mismo
Ya presente en el dintel del templo de Apolo en Delfos, asumido por Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia. Imprescindible para la ataraxía (equilibrio emocional, armonía y moderación). Todos tenemos experiencia de nuestra debilidad humana que fácilmente nos puede llevar a un oscurecimiento de la voluntad y de la razón. Es importante descubrir en su inicio esas posibilidades de desviación para rectificar a tiempo. Cada uno de nosotros llevamos dentro un potencial muy grande de mejora. François Michelin: “Cada vez que me encuentro con alguien, me pregunto: ¿Cuál es el diamante que se halla oculto en él? Todos esos diamantes que nos rodean componen una fantástica corona cuando uno sabe verlos”.
Tercer descubrimiento: Tengo que ser buena persona
Adquirir lo bueno presupone saber qué es ese bien. La pregunta ¿qué es lo verdaderamente bueno para mí? sigue siendo actual. Y es imposible querer el bien para los demás si no se sabe en qué consiste el bien para uno mismo. La maldad que se percibe en la simulación del bien lleva a mirar torcidamente el bien mismo y a dejar de buscar en la propia conducta lo que resulta molesto en la de los demás. Una persona hipócrita nunca será un líder pues implica renunciar a vivir en primera persona la aventura moral.
Cuarto descubrimiento: El bueno es el virtuoso
Tener influencia positiva sobre los demás requiere adquirir una serie de virtudes que permiten ejercer el liderazgo sin tapujos ni engaños. El verdadero líder ha de ser una persona virtuosa. No se trata por tanto de que las consecuencias de su actuar sean estratégicamente correctas, sino de que él viva lo que está diciendo y aconsejando. Las virtudes perfeccionan al hombre en su totalidad y no solamente bajo un aspecto sectorial.
Quinto descubrimiento: ¡Puedes cambiar; no estamos predeterminados!
Ser flexible. Saber cambiar de perspectiva. No cabe duda de que la herencia y el medio influyen poderosamente en los buenos y malos hábitos que configuran el propio carácter; influyen en ellos, pero no los determinan. Quien piense exclusivamente de un modo determinista, acabará dejándose dominar por el sentido fatalista de la vida. La libertad es capaz de modelar el carácter que, en última instancia, es fruto de las elecciones de la voluntad que generan los hábitos buenos o malos. “El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad” (Goethe).
Sexto descubrimiento: Saber el para qué de mis actuaciones
La persona virtuosa ve más y establece correctamente la jerarquía de valores. La razón cognoscitiva no basta para captar la realidad porque no comprende existencialmente al otro. En estos casos falta un rasgo esencial de la perfección del actuar moral: “la connaturalidad afectiva con el bien”. Es decir, hacer el bien no en virtud del sentimiento del deber y de la razón pura sino por tender al bien con todas las potencias y capacidades de la persona. De este modo se supera el problema real y difícil de querer al otro en cuanto otro, ya que se tiende a quererlo en cuanto objeto de la imaginación y la relación humana se rompe cuando se descubre que sólo se es instrumento para el otro.
Séptimo descubrimiento: Ser prudente
La virtud de la prudencia tiende a aquellos objetivos que son relevantes para la vida considerada como un todo, como vida humana. Es la sabiduría la que conduce a la vida lograda y que perfecciona la capacidad ejecutiva del hombre. El prudente tiene el arte de saber discernir. Muchas veces acierta y otras se equivoca, pero se da cuenta de cuándo lo hace. Al saber que se equivoca, vive en la verdad y, por tanto, equivocarse no le impide ser virtuoso. Así entendemos una vez más que ser virtuoso no quiere decir ser impecable ni infalible.Octavo descubrimiento: Tener vocación de servicio
Quien no sirve a los demás acaba sirviéndose de ellos. El servicio engrandece al hombre que lo practica porque lleva consigo una gran capacidad de vencerse a sí mismo y un aprecio grande a los demás.
Noveno descubrimiento: Amar a los demás
Con el amor se está tomando partido decididamente por el amado. El líder ha de trascender su propio mundo, salir de sus cosas, para poder así entrar, con empatía, en el mundo de sus subordinados, haciéndose disponible.